Cuarenta millones de votos han elegido a las siete maravillas del mundo. De las veintiuna finalistas, las elegidas han sido: Chichén Itzá (México), el Cristo Redentor (Brasil), la Gran Muralla (China), Machu Picchu (Perú), Petra (Jordania), el Coliseo Romano (Italia) y el Taj Mahal (India). En el presente artículo mostramos los enigmas y misterios de los monumentos finalistas.
En el año 2000 el multimillonario suizo Bernard Weber lanzó al mundo un desafío: elegir las «Siete Nuevas Maravillas del Mundo». El éxito de su campaña ha sido redondo. Más de 40 millones de votos han decidido la nueva lista, anunciada el pasado 7 de julio en Lisboa. Las ganadoras han salido de una relación de setenta y siete candidatas iniciales que cumplían los requisitos exigidos: haber sido edificadas antes del año 2000 y permanecer en un estado aceptable de conservación. De ellas, fueron seleccionadas veintiuna creaciones. El criterio era que todos los continentes estuvieran representados y que las obras fueran fiel reflejo de la diversidad cultural del planeta. La forma en que muchas de ellas fueron construidas, además de su función y utilidad, representan grandes enigmas para la arqueología moderna. La mayoría se orientan hacia determinadas constelaciones y estrellas o se alinean con el Sol en fechas claves, como los solsticios. Otras están relacionadas con rituales esotéricos o sociedades secretas. Y, en definitiva, todas son testimonio de las altas cotas que pueden alcanzar la imaginación y creatividad humanas.
La Gran Pirámide: la puerta inmortal. Finalizada en el año 2570 a. C. durante el reinado de Keops y situada en la meseta de Gizá, a 16 km de El Cairo, es la única de las siete maravillas del mundo antiguo que sigue en pie. Excluida de la reciente votación por no tener parangón, ocupa sin embargo un puesto honorífico en la nueva lista. Con una altura inicial de 146,50 metros y 5,3 hectáreas de superficie, la ejecución y finalidad de esta imponente construcción son un enigma. La pasmosa regularidad de sus medidas –los griegos descubrieron hace siglos que su perímetro dividido entre el doble de su altura arroja el número Pi– y la orientación perfecta de sus caras hacia los puntos cardinales, revelan conocimientos arquitectónicos, astronómicos y matemáticos asombrosos para la época. Pero el mayor enigma es cómo en ausencia de poleas, inventadas por Arquímedes en el s. III a. C., consiguieron elevar los bloques graníticos que la componen, cuyo peso oscila entre 2,5 y 15 toneladas. Las rampas sugeridas como explicación por historiadores clásicos como Herodoto requerirían proporciones descomunales y habrían sido muy difíciles de desmantelar.
La última hipótesis, propuesta este año por el arquitecto francés Jean-Pierre Houdin y probada en un simulador informático, sugiere que se utilizó una rampa externa de 1,8 km de longitud, hasta los 43 m de altura, y otra interna en espiral, cuyos restos estarían aún el interior de la pirámide. Por otro lado, se supone que fue construida para servir de tumba a Keops. Pero en el interior sólo hay un sospechoso jeroglífico que haga referencia a dicho faraón. Y cuando su entrada fue violada por los hombres del califa Al Mamun, en el año 820, la Gran Galería que conduce a la Cámara del Rey estaba bloqueada con grandes losas de granito para sellar la tumba. Entonces: ¿Por qué en la Cámara del Rey sólo había un sarcófago de piedra vacío? ¿Fue saqueado el monumento con anterioridad? ¿Y, en ese caso, por dónde entraron los ladrones? Son cuestiones que apuntan a que la Gran Pirámide tenía una función diferente a la aceptada comúnmente por la arqueología oficial. Norman Lockyer, padre de la astroarqueología, sugirió en 1894 que la Pirámide era un observatorio astronómico, pues cuando el Sol sale durante el solsticio de verano, un rayo de luz penetra por una estrecha rendija al interior de la construcción. Cien años después, el ingeniero Robert Bauval descubrió y explicó en El misterio de Orión (Ed. Edaf) que las tres grandes pirámides de Gizá están orientadas hacia la constelación de Orión, cuyo cinturón era conocido por los egipcios como el Duat, una entrada para que el alma del faraón llegara al más allá.
¿Era la Gran Pirámide una réplica de esa abertura estelar? La respuesta podría estar en las cuatro puertas halladas en el interior de la pirámide y los corredores que parten de ellas. Dos de estos últimos, explorados en la última década mediante sofisticada tecnología, conducen a la Cámara del Rey y a una entrada de ventilación. Pero todavía se desconoce a dónde van a dar los otros dos, situados en la cara norte y sur de otra estructura interior llamada Cámara de la Reina. El Dr. Zahi Hawass, jefe del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, ha dicho que este año revelará qué ocultan dichas puertas. Quizá entonces se desvelen algunos de los sempiternos misterios de la Gran Pirámide de Gizá.
Stonehenge: acertijo astronómico. Las gentes que construyeron los monumentos prehistóricos estaban en armonía con las fuerzas de la naturaleza y eran capaces de percibir los lugares donde la energía de la tierra es más poderosa. Quizá a ello se deba que eligieran la llanura de Wilthire (Gran Bretaña), a unos 13 km de Salisbury, para erigir uno de los mayores acertijos de la Edad de Bronce: las «piedras colgantes» de Stonehenge.
El gran enigma es cómo sus constructores transportaron hasta el lugar menhires de 4,5 m de altura y 45 toneladas de peso desde un punto situado a 320 km, en el sur de Gales. Reconstruido en períodos sucesivos, desde el 3100 al 1600 a. C., estuvo formado por cuatro círculos concéntricos, el más exterior de los cuales tenía 30 m de diámetro y menhires coronados por dinteles, elemento ausente en otros monumentos megalíticos. Lo sorprendente es que algunas de sus columnas, como la Piedra Talón, están orientadas hacia la salida del Sol en el solsticio de verano. Tal y como demostró el astrónomo Gerald Hawkins en 1960 mediante simulaciones informáticas, otras «piedras» del conjunto señalan las posiciones de las estrellas hace 3.500 años, así como la puesta de la Luna y el ocaso o la salida del Sol durante el solsticio de invierno y otras épocas del año. Ello sugiere que la estructura era un calendario astronómico con el que determinar eclipses y los movimientos de los cuerpos celestes por motivos religiosos. Restos de cremaciones descubiertos por los arqueólogos invitan a pensar que también se realizaban allí rituales funerarios. La solución al rompecabezas quizá se halle en un asentamiento megalítico cercano a Stonehenge, hallado recientemente y considerado el más antiguo y amplio de todos los encontrados hasta ahora. La mayoría de los expertos piensan que tenía una función eminentemente ritual.
En 1833, la Antigua Orden Unificada de Druidas, formada por masones de Londres, comenzó a reunirse en Stonehenge cada solsticio de verano. Pero en 1985 las autoridades prohibieron cualquier celebración en el lugar para impedir que fuera dañado. En la región aún se cree que los menhires tienen propiedades mágicas y son morada de duendes. En un manuscrito del siglo XIV se observa al mago Merlín colocando sin esfuerzo un inmenso dintel pétreo sobre la construcción. Acrópolis: armonía dorada La colina sobre la que está erigida, a 156 m sobre Atenas, era en el Neolítico un lugar sagrado, al que las gentes acudían a solicitar los servicios de adivinos y se rendía culto a Cécrope, primer y legendario rey ateniense, convertido en el dios serpiente. La roca del Aerópago, aún hoy a los pies de la fortificación, heredó esta función predictiva y durante siglos se juzgaba en ella a los criminales que eran condenados según el veredicto del oráculo. Reconstruida varias veces, la Acrópolis alcanzó su apogeo en el s. V a. C. bajo el reinado de Pericles, que encargó su nuevo diseño a los mejores arquitectos y escultores de su época: Actino, Calícrates, Filoctes, Phidias.
La armonía proverbial del Partenón se debe a algo ya explicado por los egipcios, pero erróneamente atribuido a estos genios: el «rectángulo de oro», el más bello y proporcionado, en el cual la relación entre la altura y la anchura da como resultado el número phi, (1,618), bautizado así en honor a Phidias. Se trata de una proporción que sorprendentemente se halla en muchas de las estructuras en espiral de la naturaleza: galaxias, remolinos de agua, etc. Esta «divina proporción» ha sido utilizada a lo largo de la historia por pintores, escultores y arquitectos de todas las culturas, en muchos casos con una intención sagrada. Considerada como una puerta entre el mundo de los hombres y el de los dioses, la Acrópolis fue durante el período clásico punto de partida de las procesiones hacia Eleusis, templo en el que se celebraban los ritos que ponían a los participantes en contacto con la «otra vida». Y cada cuatro años, con motivo del festival de las Panateneas, una procesión subía hasta la colina mágica para colocar un costoso manto sobre la estatua crisoelefantina –formada por oro y marfil– de Atenea, la diosa protectora de la ciudad, que miraba hacia poniente y cada tarde refulgía cuando recibía los rayos del sol.
Petra: el tesoro oculto. Otra maravilla es la capital nabatea, Petra, construida entre el 312 a. C. y el siglo I d. C. Escondida en el desierto jordano de Wadi Rum, entre montañas y al fondo de un desfiladero de un kilómetro de largo y no más de un metro de anchura en algunos puntos, en otros tiempos sólo se podía acceder a ella a pie o a caballo. Las magníficas tumbas y templos, excavados en la roca y de estilo egipcio, asirio y helenístico, se antojan un lugar idóneo para esconder riquezas. De hecho, según una leyenda, esto es lo que ocultaba la urna sobre la tumba funeraria llamada El Tesoro. Incluso algunos investigadores conjeturan con que era el sepulcro de Ramsés III. Los beduinos de la zona disparaban contra ella sus fusiles para romperla, hasta que las autoridades finalmente lo prohibieron. Sus constructores también siguieron la tradición de alinear los edificios con posiciones estelares. Así, el emblemático Ad-Deir o Monasterio, la construcción más famosa y espectacular de Petra, dirige su mirada hacia la puesta de Sol en el solsticio de invierno. Otras edificaciones del lugar están asociadas a cuerpos celestes o relacionadas con la mitología nabatea y elementos singulares del paisaje circundante.
La Gran Muralla: dragón protector. Considerar el paisaje como algo sagrado es común a las culturas milenarias, pero se observa de un modo diáfano en China. En las montañas, ríos o valles, los geománticos chinos veían seres vivos con formas de animales –dragón, tortuga, tigre, etc–, que ejercían su influencia sobre la tierra o emitían energías positivas o negativas para los seres humanos. La armonía del paisaje no debía ser alterada, aunque el hombre podía realizar construcciones que lo protegieran de los influjos demasiado agresivos. Con este objetivo se erigió la Gran Muralla China. Construida según las normas de una antigua técnica geomántica llamada feng-shui, «viento y agua», su finalidad era imitar la poderosa energía del dragón y defender el país de los enemigos del norte.
Gran parte de la obra fue levantada en el s III a. C. por el primer emperador de china, Qin Shi Huang, un hombre obsesionado por la inmortalidad. La edificación fue acometida por más de 400.000 individuos , muchos de ellos esclavos. Sus cadáveres se «amalgamaron» con las piedras de arcilla que componen la muralla. Así se convirtió en un importante lugar de peregrinación para los familiares de los difuntos. Finalmente, en el siglo XVII, durante la dinastía Han, se paralizaron las obras. La reciente polémica sobre su visibilidad desde la Luna quedó zanjada el pasado año, cuando el satélite Proba de la Agencia Espacial Europea (ESA), que orbita a 600 kilómetros de la superficie terrestre, captó la imagen de un segmento de dicha construcción. Kiyomizu: templo de los deseos Otro gran centro de peregrinación, aunque por motivos más alegres, es el templo de Kiyomizu. Construido en Kyoto (Japón) en el año 798 para honrar a Kannon Bosatsu, una de las manifestaciones de Buda, los visitantes acuden a él en busca de la magia amorosa.
Según la leyenda, quien recorra con los ojos cerrados los 18 metros que separan las dos «piedras del amor», encontrará a la pareja idónea. Y si alguien sobrevive a un salto desde la varanda del templo, a 13 metros de altura, alcanzará sus deseos. Hoy los «brincos mortales» están prohibidos, pero en los primeros años de su construcción era común que los peregrinos se lanzaran al vacío. Teniendo en cuenta la espesa vegetación existente en torno al templo, salvarse era cuestión de suerte. El agua que rodea a este edificio de madera, cuyos constructores no se conocen, según los habitantes de la zona posee propiedades terapéuticas. Se cree que beber el agua de tres fuentes confiere salud, longevidad y éxito en los estudios.
Angkor: santuario cósmico. Menos supersticiones pero más misterio pesan sobre Angkor, la capital que los jemeres erigieron entre los siglos IX y XV en medio de la selva, cerca de Siem Riep (Camboya). El edificio más espléndido de la metrópoli es Angkor Vat, un templo funerario construido a principios del siglo XII en memoria del rey Süryavarnam II. Se trata del monasterio religioso de mayores dimensiones del mundo. Sus corredores se extienden por casi 2,6 kilómetros y forman un laberinto adornado con tallas y esculturas muy elaboradas. La más alta de sus numerosas torres, la central, supera los 61 metros. Todas ellas tienen forma de capullos de loto y, al igual que todas las torres de los demás templos de la ciudad –cada uno construido por un rey distinto para simbolizar su autoridad–, son símbolo del Monte Meru, residencia de los dioses hindúes y centro del universo. Angkor Vat fue diseñado además para servir de observatorio astronómico.
Su alineación con otro de los templos, el de Prasat Kuk Bangro, a casi 6 kilómetros de distancia, señala con absoluta precisión la salida del Sol durante el solsticio de invierno. Uno de los misterios más desconcertantes de la ciudad es la razón de su abandono. Cuando los ejércitos tailandeses la saquearon en 1431 no encontraron apenas resistencia. Caída en el olvido desde el siglo XVI, tuvo que ser redescubierta por el naturalista francés Henri Mouhot en 1860. El área, declarada en 1992 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, ha sido «rescatada» de la selva.
Tombuctú: los 333 santos. Capital intelectual y espiritual del Islam africano desde el siglo XII al XVI, entrar en ella estaba prohibido a los no musulmanes. Su nombre, cuyo significado hace referencia a los 333 santos que se cree la protegen, fue sinónimo durante años de inaccesibilidad y misterio. Fundada por los tuaregs en el 1100 a orillas del río Níger (Mali), en Europa se empezó a hablar de ella por primera vez en 1324, cuando el emperador de país, Mansa Musa, peregrinó a La Meca. La riqueza de su caravana reflejaba la opulencia conseguida por la ciudad, gracias a los comerciantes que la utilizaban como puerta al Sahara.
Sus minas de oro y sal y el tráfico de esclavos dejaban grandes riquezas en la urbe. De ahí que muchos europeos emprendieran la búsqueda del fabuloso lugar. La mayoría perdió la vida en el intento, lo que no hizo más que agrandar el mito de la población. En 1824, la Societé de Géographie de París ofreció 10.000 francos al primer europeo que la visitara y viviera para contarlo. El premio lo obtuvo el francés René Caillé, quien se llevó una gran decepción, pues la ciudad de casas de adobe rosa, a pesar de su muralla de 5 kilómetros y sus célebres mezquitas –Djigareyber y Sankore–, no hacía honor a su leyenda. Y es que, desde que fue conquistada en 1591 por el sultán de Marruecos, entró en decadencia. Hoy es una ciudad pobre de unos 30.000 habitantes. Eso sí, las bibliotecas de sus mezquitas han nutrido la Biblioteca Andalusí de Tombuctú, inaugurada en el 2003 y donde se albergan más de 3.000 volúmenes pertenecientes a los siglos XV y XVI. Una reserva única de sabiduría esotérica y espiritual.
Chichén Itzá: la serpiente solar. Esta construcción fue erigida por los itzaes, influenciados por la cultura tolteca, hacia el s. XIII. Luego se convertiría en capital de Yucatán (México). En ella se alzan los templos-pirámide mayas mejor conservados. La pirámide dedicada a Kukulcán, dios con forma de serpiente emplumada, no sólo está alineada con el Sol, sino que durante el atardecer de los días equinocciales, y gracias a un juego de luces y sombras, los rayos del astro rey dibujan una serpiente en tres dimensiones sobre su fachada. Eso significa que los arquitectos eligieron el lugar adecuado, realizaron las observaciones astronómicas precisas y luego diseñaron el edificio, con el fin de lograr el efecto óptico en unos días y horas concretas.
Pascua: escuela astronómica. En algunas ocasiones, las hazañas de estas civilizaciones tienen un resultado fatídico. Es el caso de los moais, enormes torsos y cabezas de piedra erigidos entre los siglos X y XIII en Pascua por los rapanuis, nativos de la isla. Trasladados desde las canteras e izados mediante raíles de madera, con un sistema similar al que utilizan los polinesios para movilizar sus barcas, estos hieráticos gigantes –de 1,13 a 21,60 metros de altura y que llegan a alcanzar 200 toneladas de peso– esconden un misterio: ¿Para qué fueron construidos? Se sabe que en ellos se celebraban ritos funerarios.
Dado que la mayoría se ubican en las costas, mirando al mar, podrían tener relación con un culto a los antepasados de los rapanuis, llegados en barcas de tierras desconocidas. Sin embargo, algunas construcciones en el interior de la isla presentan características de tipo astronómico, lo cual induce a creer que los moais podrían apuntar hacia posiciones estelares. Algunos están situados en puntos por donde sale el Sol en los solsticios y equinoccios. En este sentido, investigadores como Henry Lavachery han argumentado que la isla entera era una escuela donde se enseñaba astrología. Si esto es cierto, ¿por qué emplear «marcadores» tan descomunales? Otra teoría sugiere que defendían a la isla de los eclipses. Entre el año 662 y 762 tuvieron lugar cinco eclipses de Sol (total o anular) visibles desde Pascua y que podrían haber aterrorizado a los nativos. El caso es que la explotación de la masa forestal requerida para el traslado de los moais desde las canteras, acabó con los recursos naturales de la isla. En 1877 sólo quedaban 111 habitantes de los 15.000 que hubo en su época de esplendor.
Machu Picchu: libro de piedra. ¿Fue también el abuso de la naturaleza circundante lo que provocó el abandono de Machu Picchu? Camuflada a 2.400 metros de altura en la roca de la cordillera Vilcabamba, a 112 kilómetros de Cuzco (Perú), la fortaleza refugio inca, cuyo nombre significa «Cumbre Mayor», reúne en sí todos los misterios de las construcciones antiguas. ¿Quién levantó esta intrincada forma arquitectónica con más de 150 edificios? ¿Qué técnica les permitió llevar hasta allí y encajar los bloques de piedra de las casas sin necesidad de argamasa? ¿Por qué no se han encontrado esculturas ni relieves? ¿Qué finalidad tuvo la ciudadela? Desde su descubrimiento en 1911 por el estadounidense Hiram Bingham, todas estas preguntas esperan respuesta. Los especialistas piensan que la fundó el Inca Pachacuti a mediados del siglo XIV. Probablemente hacía las funciones de santuario y lugar de descanso para la familia del Inca y la nobleza. Pero lo cierto es que se trata de simples conjeturas. Lo único que se ha podido deducir es que era un observatorio astronómico, en el cual se celebraran rituales relacionados con las luminarias celestes.
Su monumento más célebre, el altar sagrado Intihuatana, es un reloj solar que marca con exactitud los solsticios. En él practicaban los sacerdotes un ritual en el que «amarraban» al Sol para impedir que desapareciera durante la estación. Otra construcción del complejo, llamado el Torreón, tiene una ventana alineada con las Pléyades, según su ubicación hacia el 1500 de nuestra era. Además, un pequeño altar existente en la parte baja del Torreón señala el punto de salida del Sol en el solsticio de invierno en la misma época. Definitivamente, Machu Picchu es un compendio en piedra de la sabiduría antigua y no podía faltar en una lista de las maravillas de visita obligada.
Fuente: http://www.xn--revistaaocero-pkb.com/
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